sábado, 16 de marzo de 2013

los Celtas, el humo y el papa




Era blanco y subía a los cielos con las mismas ganas con las que yo me levantaba para ir al colegio. Es como se decía antes, subir a los cielos. Supongo que ya por entonces se había organizado el asunto de por ahí arriba para que no se mezclaran los “buenos” VIP con el resto, que eran buenos pero honrados. Que siempre ha habido clases, por más que ahora se niegue. Nunca entendí como algo tan blanco podía amarillear los pelos del bigote de mi padre de aquella manera. Ni Vang Gogh imaginó un amarillo así para sus girasoles. Mi padre fumaba Celtas cortos. El Chester del obrero, le llamaban. Dinamita al alcance de todos los bolsillos. Recuerdo aquel paquete que no llegaba ni a cajetilla por lo blandurrio de su envoltorio. Su tacto. Se podían sentir los veinte líos de dentro como muslos embutidos en unas mallas de DECATHLON. En el exterior del paquete, un tipo con cara de mala hostia y un casco con cuernos, levantaba un espadón en alto y parecía decir, ¡al fumeque todo el mundo, coño! Parecía un U.I.P de la época. Veinte cigarrillos de Hebra, decía el paquete de marras. El caso es que mi padre era el patrón de los carreteros a los que ganaba por goleada. Sus pulmones terminaron como las cuencas mineras del Nalón, negros y parados. Sin vida. También recuerdo su expresión cuando lanzaba aquel humo blanco, era como si parte de él se fuera tras el humo. A pesar de mi canijez y mi corto conocimiento, yo percibía en su gesto algo religioso, de mirada perdida, como cuando a Celsito le dieron la sagrada forma el día de su comunión y la hostia se le pegó al velo del paladar. Eso sí que es tener mala hostia. En aquellos instantes, mi padre entraba como en éxtasis, como un orgasmo tranquilo y para dentro que le permitía mandar a la mierda todo lo que le rodeaba por unos segundos. Para que me entendáis, se le ponía la misma jeta que al cura con roquete que aparece de espaldas en el entierro del Conde de Orgaz, el graffiti del Greco. Aquella mirada perdida, siguiendo el capricho del humo, “sudándole” esa especie de ensayo de entierro que es la vida en ocasiones. Luego volvía y te respondía a la pregunta que le habías hecho un siglo antes o me preguntaba si quería un bocadillo de chorizo. A veces teníamos chorizo en casa pero no lo decíamos muy alto, por los vecinos.

Hoy me ha dado por hablar del humo blanco. Y me lo ha traído a las mientes todo el sarao mediático que han montado los “más medios” (son más medios que enteros si hablamos de la cosas bien contadas), a cuenta de turno de oficio en el Vaticano, aunque el oficio sea santo. El lío de todos los voceros, cotorristas y expertos de la materia, los mismos que hablan de la capa de ozono o del fetichismo a propósito del embalsamamiento del presidente Chávez, llevan tres días con un empacho de humo que ni el asador donostiarra. Bueno, ellos lo llaman fumata que dicho así, suena a la Choni de mi antiguo barrio cuando venía con la risa de bajarse al moro. Que si negro, que si blanco, todo un misterio. Para que luego salga el prenda del Lombardi, con ese nombre de coche de carreras y nos diga que el blanco de la fumata es por el Clorato de potasio, lactosa y colofonia, y el negro por el perclorato de potasio, antraceno y azufre. Lo del azufre deberían mirárselo. En fin, una clase de química del mejor BUP de entonces para acabar chafándonos el truco de la chimenea. No sé muy bien porqué, junto a mi padre con su celtas en la boca su mirada perdida y esas volutas libertarias, traigo a estos príncipes de la iglesia jugando al quimicefa para elegir a su patrón. La cabeza no te pide permiso para mezclar las criadillas cuando te da por comer trigo. El dicharachero de Rajoy diría que tengo un caletre estrafalario. Él y su piquito de oro. Pero aún más disparatado es toda la feria que se está montado a propósito de un estado teocrático cuya mayor autoridad es elegida por una aristocracia iluminada por la divina omnisciencia de alguien que no se hace notar en este mundo patas arriba. La pereza de su jefe les salva de momento de las llamas. Aunque no hay que descartar que la elección del sumo pastor se deba a los efectos del “viaje” escarlata a base de perclorato de potasio, antraceno y azufre. Ahora caigo. El cortocircuito de las meninges viene por lo de los papas. El mío y el otro. Aunque el mío hubiera corrido a cristazos a los curas amigos de los niños.

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