martes, 9 de diciembre de 2014

La criminalidad difusa



Los que quedan de los que van quedando (documental)

Podemos ser todo o nada. No solo depende de nosotros, el poder de voluntad en no pocas ocasiones choca con la voluntad del Poder. El motor del individuo como sujeto ontológico vs motor de clase con verdadero poder como sujeto político. Ángeles o demonios de los que hablara Tommaso Campanella en su "Ciudad del Sol", existencia antes que esencia al modo de entender sartriano, la leche de la posibilidad que mamamos con la teta primigenia. De todos esos posibles planos del homo sapiens, es el "homo laborus", el currante para entendernos, es el que se patrocina y educa desde la más elemental escuela del pupitre y de la vida. Eres en tanto produces. Si dejas de producir dejas de ser y si no eres, cuesta menos dar un último salto.  

El rostro difuso del crimen se ampara tras el término de "sistema". Es momento de eliminar fuerza de trabajo sobrante, de inducir la autodestrucción que está inscrita en el ADN del homo laborus, si este ya no es útil.

Pero ¿qué es el "Sistema"? Pocas veces una palabra tan repetida, ha quedado tan en cáscara que ha servido de dique a la reflexión para no ir más lejos en la compresión causal de estos "crímenes en diferido". Tras el "sistema" hay todo un conglomerado particular de relaciones e intereses entre personas que conforman un modelo de reproducir la vida es sus aspectos materiales y psicológicos. Unos "son" en tanto que trabajan y otros, los menos, "son" en tanto que se apropian del fruto de ese trabajo y convencen a los unos para que crean que ese tipo de relación es "natural", fatalmente natural. El sistema es criminal pues necesita escupir lo sobrante, y aunque tiene nombres y apellidos, esto no es lo importante. Lo importante es entender cómo funciona ese sistema perverso y caer en la cuenta que en ocasiones necesita "sangre" como combustible para su pervivencia. Mata, pero no hay nada "personal" es esos crímenes. Mata como algunas especies de hormigas matan a los individuos sobrantes para la pervivencia del hormiguero. Aunque la diferencia en el símil es que entre los hormigueros humanos, los crímenes de los que están de más, no buscan el bien común.

Si aquellos, hombres o mujeres, que en el momento de apoyar la mano en la barandilla para dejar de “ser” definitivamente, comprendieran que el homo laborus es solo una versión pobre e interesada de los infinitos ángeles o demonios potenciales con los que nació, llegarían hasta la calle, pero no en caída libre.
Apelar al "hombre político" (zoon politikon), demonio consciente del crimen difuso y en "diferido" del que es viruta sobrante -Chaplin en Tiempos Modernos-,nos ayudaría a encontrar y reconocer al "semejante" en la misma condición, en una trinchera, infinitamente más humana que el fondo de la fábrica o la cola del paro.
Todos podemos ser diablos en los estrechos márgenes de libertad que aún nos permite el antagónico poder de la voluntad de una clase que se está fumando el planeta y nos echa el humo a la cara. Diablos para erigir un infierno que acabe con el infierno del "homo laborus" y de paso, también con el “paraíso” de sus patrocinadores.



Los que se quedan


los que se fueron

domingo, 30 de marzo de 2014

Clase Media (a propósito de un poema de Daniel Cézare)




El indiscreto encanto de esa clase media, 
de sueños mojados de yate y beluga, de adosado 
y terrenito, de coche alemán, del quiero 
y cuando puedo, es por Pérez que ahora es el dire en el banco. 
La que mira de reojo con el chacra de la envidia 
a los que lo han tenido todo por derecho de abolengo. 
La medriocre medianía que esta estafa a devuelto 
a la casilla de salida. 
La que al despertar abre los ojos cada mañana
con esperanza de que pase la tormenta 
y vuelva la chacha por horas, "una más de la familia". 
Esa clase media, apenas con una vaga astronomia 
de ideas prestadas, los enriquecidos pobres, 
los progres gritones de última hora. Los que aprendieron 
a hacerse el nudo de la corbata mal y tarde. 
Los obreros avergonzados. Los medio nada.

Los sorprendidos en mitad del puente
derrumbándose entre las orillas
que ellos siempre  medio niegan.
Mientras caen en la mierda,
hechos mierda,
enteramente
clase mierda.

Poema a la Clase Media (Daniel Cézare)
Clase media
medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande

Desde el medio
mira medio mal
a los negritos
a los ricos
a los sabios
a los locos
a los pobres

Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae
(a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan
(medio en las sombras)
a veces, sólo a veces, se da cuenta
(medio tarde)
de que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina

Así, medio rabiosa
se lamenta
(a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza
a entender
ni medio

jueves, 16 de enero de 2014

La madrugada en que uno deja de vomitar



Hace algún tiempo tuve que sumergirme en la psicología de un personaje cuyo oficio era el de torturador. Interpretarlo desde la perplejidad que me  producían sus actos no me permitía un trabajo sincero. Era necesario entender el camino recorrido por aquellos individuos que ejercen la violencia institucional, como un "burócrata cumplidor" al servicio de un poder que le necesita en ese frente de confrontación social, donde el precio del mantenimiento del orden se hace explícito hasta la sangre. Entender en fin, de qué manera, después de aporrear a un desconocido, por justa que sea la causa que defienda, el “servidor público” vuelve a su casa y da el beso de buenas noches a sus hijos.
El texto de Benedetti “Pedro y el capitán” nos pone en el camino. El fragmento corresponde a un momento  de “debilidad” del Oficial que interroga a Pedro, un preso político.
 
Pedro y el Capitán / M. Benedetti.
CAPITÁN- Es una historia larga y lenta. Ningún trauma infantil. No todo lo malo sucede en la vida debido a traumas de infancia. Más bien un pequeño cambio tras otro pequeño cambio. Ninguna convicción profunda. Más bien una pequeña tentación tras otra pequeña tentación. Económicas o ideológicas, poco importa. Y todo de a poquito. Es cierto que el último impulso me lo dieron en Fort Gulick. Allí me enseñaron con breves y soportables torturitas que sufrí en carne propia, donde residen los puntos sensibles del cuerpo humano. Pero antes me enseñaron a torturar perros y gatos. Antes, antes, siempre hay un antes. Es algo paulatino. No crea que de pronto, como por arte de magia, uno se convierte de buen muchacho en monstruo insensible. Yo no soy un monstruo insensible, no lo soy todavía, pero, en cambio, ya no me acuerdo de cuándo era buen muchacho. (Pausa.) Las primeras torturas son horribles, casi siempre vomitaba. Pero la madrugada en que uno deja de vomitar, ahí está perdido. Porque  cuatro o cinco madrugadas después empieza a disfrutar. Usted no va a creerme...No, usted no va a creerme, pero una noche en que estábamos picaneando a una muchacha, no demasiado linda, picaneándola, ¿se da cuenta? Y ella gritaba enloquecida y se agitaba y se agitaba...(se detiene) 
 PEDRO-  ¿Y qué?
CAPITÁN- No va a creerme, pero de pronto me di cuenta de que yo tenía una erección. Nada menos que una erección, en esas circunstancias. ¿No le parece horrible? Y lo peor fue que al día siguiente, al acostarme con mi mujer, no podía... y empecé a ponerme nervioso... y no conseguía...
PEDRO- Pero al final lo lograste, ¿verdad?
CAPITÁN- Sí, ¿cómo lo sabe?
PEDRO- Siempre se logra.
CAPITÁN- Pero yo sólo lo conseguí cuando puse toda mi fuerza evocativa en la muchacha  de la víspera, que no era demasiado linda. ¿No es espantoso? Sólo logré funcionar con  mi mujer cuando me acordé de la muchacha que se retorcía porque la picaneábamos. ¿Cómo se llama eso? Debe tener una denominación científica.
PEDRO- El nombre es lo de menos.
CAPITÁN- Es por eso que no puedo volver atrás, es por eso que no puedo ceder. Es por eso que tengo que hacer que hable. Ya anduve demasiado trecho por este camino. ¿Comprende ahora? ¿Comprende por qué va a tener que hablar?
 
 Pedro y el capitán se puede definir como una indagación dramática en la psicología del torturador. ¿Mediante qué proceso, un ser normal puede convertirse en torturador?, se pregunta el autor en el prólogo de la obra. ¿Dónde está el punto de no retorno?, nos preguntamos nosotros. Ese desde donde ya no es posible dar marcha atrás, inmerso en una dinámica de creciente crueldad y que reduce al otro a una cosa con puntos sensibles donde aplicar electrodos o aporrear salvajemente hasta la pérdida del conocimiento o en el peor de los casos, la muerte. Un ser tan ajeno a nuestra condición como para no ver en sus gritos de dolor, nada propio que les detenga. Acaso esa línea, esa frontera última de lo humano, se revele en la macabra confesión del Capitán en relación a sus primeras torturas: la madrugada en que uno deja de vomitar, ahí está perdido. 
Qué tiene que ocurrir o haber ocurrido, en el cerebro de un torturador, de un ejecutor de la “legalidad” aunque esa ley sea autoritaria y represiva para que cumpla con su "deber" sin ningún coste moral. Y cuando digo torturador pienso también en esos candidatos de los cuerpos represivos que apalean manifestantes con una saña que desborda la mera disuasión funcionarial. Qué tiene que haber ocurrido a estos aventajados funcionarios dispuestos en su mayoría a ir siempre con celo profesional “un poco más allá”.  
 Ya sea “una historia larga y lenta” como dice el Capitán, ya sea con ayuda de los euforizantes que disparan la adrenalina y acallan cualquier atisbo de conciencia empática, la mera componente sádica que según los entendidos late en todos nosotros, no basta para explicar lo inexplicable. Se necesita aún, algo más: deshumanizar a la víctima, enajenarnos de él hasta tal punto, que tras un proceso meticuloso y premeditado de ideologización se golpea hasta la sangre o  se tortura hasta la muerte. Hay ideología en estos cuerpos, mucha ideología burda y maniquea, pero ideología.

 

Antidisturbios de Aquellos maravillosos años.
¿Dónde está el punto de no retorno?,  Uno se pregunta si el soldado que dirige el tanque en el poema de Brecht no será una pieza más, hecha para matar, en el sentido en que Stanley Kubrick nos mostró en películas como la chaqueta metálica. Pudiera pensarse que el amparar nuestra responsabilidad en el ciego laberinto de una maquinaria represiva como la de un poder superior suspende la responsabilidad de los chicos del trabajo sucio. Las más de las veces, no se tortura o reprime en nombre propio ¡Yo cumplo órdenes! Hartos estamos de escuchar esa “sesuda” exoneración de la barabarie.  “Sacudir” por delegación desde la base del engranaje represivo, sigue la consigna de aquél al que sólo Dios puede  juzgar y cuando digo dios, me refiero no solo a los caudillos de los sistemas dictatoriales sino a la democrática divinización a la que se eleva la facultad de legislar a base de rodillo de una mayoría absoluta deslegitimada, casi desde el primer día de gobierno.  Ejemplos tenemos en nuestra reciente historia. La legalización de la impunidad: ley de obediencia debida; ley de punto final, y más frecuentemente, el perdón para el genocidio de la guerra civil empotrado en la "transición", la amnistía a policías grabados en el fragor de la ejecución de su "deber" que acaba en graves lesiones, cuando no en muerte.

 Juan Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño, ex inspector de la Brigada Político y Social.
Se puede objetar que no es lo mismo aplicar unos electrodos en los genitales de un detenido hasta “írseles la mano” que aporrear a un civil hasta abrirle la cabeza, fracturarle las costillas de un pelotazo a bocajarro, o disparar una bala de goma que termina quitando la vida a alguien que estaba en el sitio equivocado.Se trata de una cuestión de grado pero sin duda son momentos del mismo camino. Cabría preguntarse en qué momento de ese camino ya no hay retorno.
Este desempeño de la violencia institucional queda banalmente desnudo de razones cuando otra violencia coactiva de mayor envergadura, ya sea en potencia o de facto, sienta en el banquillo a los otrora servidores de la ley. Nuremberg o Argentina son ejemplos.  Llega el momento de rendir cuentas. Y entonces, desde el banquillo de los ahora acusados, se vuelve a escuchar aquello de: las órdenes venían de arriba. 
Y claro, ¿quién puede condenar a Dios cuando no se ha podido juzgar a su caudillo?