martes, 23 de abril de 2013

sentimiento y destino




Hace algunos días, oía a un tertuliano en una de esas leoneras del "TDT party", a propósito de los desahucios: "la culpa de lo que sucede a cada uno es de cada uno. Sentimiento y destino es una sola cosa. Somos los responsables de nuestro éxito y nuestro fracaso".  
Esta gente no tiene fondo intelectual. Para seguir en el “machito”, están tratando de meter en la turmix de la ideología difusa, los prejuicios acientíficos de su visión natural de la cosas con  el misticismo más chusco de esos programas de videncia que emiten en sus propios canales a las tantas de la madrugada.

¿Sentimiento y destino?, ¿una sola cosa?, ¿qué tipo de neocretinismo se ha filtrado en las meninges de esta gente? Sentimiento y destino puede ser un buen título para una novela de Corín Tellado pero no para explicar la situación de las personas obviando la objetividad del entorno social en el que  irremediablemente viven los unos con los otros. El problema aparece cuando los unos se ven obligados a vivir para los otros. 

El darwinismo social decimonónico, aún siendo viejo, está más de moda que nunca. El individuo aislado y abandonado a sus propias fuerzas es el único sujeto de interés que contempla este azote neoliberal. La maquinaria voraz necesita madera de quemar y esa madera es el ciudadano “libre” y arrojado al mundo en el que las cartas del juego están marcadas y los dueños de la banca pertenecen a un selecto y atávico club de “triunfadores”. Meritocracia, liberalismo, diferentes maneras de llamar a la selva que nos están dejando. Desde el homo erectus, hemos llegado a ser lo que somos gracias antes a la cooperación que al anuncio de la república independiente de Ikea. No deja de ser paradójico, casi grotesco que el gobierno español tenga una agencia internacional de cooperación y desarrollo para los pobres de fuera. Pero el término cooperación vinculado al desarrollo no es un binomio que esté en ese neolenguaje que utilizan estos iluminados para intentar disimular por dónde te van a meter la próxima.

 En fin, achacar la pobreza a la incapacidad del pobre y la riqueza a la habilidad del rico que consigue, gracias a una plena materialización de sus sentimientos, un destino de triunfo y glamour  en las Caimán, es de un cinismo tan trivial, ramplón y simplista que no hay ciencia social con el mínimo rigor que lo avale. De ahí a propugnar la eugenesia (mejora de la especie eliminando a los débiles, fracasados o distintos) no hay mucho trecho. Eso es sí nazismo y no lo de los escraches. 

Aunque lo peor no es que los que se benefician de esta farsa digan las mamarrachadas que dicen. Les va en su aguinaldo y en su papel, aunque el libreto sea de una pobreza intelectual propia de la astracanada más cutre.  Lo peor es que los de abajo adopten esa moral como propia en su lucha por la supervivencia y lo practiquen a diario frente a los semejantes, con los que aguatan malamente el tipo tres escalones por debajo del nivel de la mierda. No es peor por equivocado, es peor por esa miserable enfermedad que afecta a la visión de la mayoría y hace invisible a sus iguales.


¿Cuál es nuestro límite y cuánto es el dolor que tendremos que sentir para despertar?

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