sábado, 4 de mayo de 2013

si te pilla el toro, jódete





Decía el lacónico Baltasar Gracián allá por el siglo de oro:

Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene, ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren,ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien.

Qué tiempos aquellos en que ante la inmovilidad del Tancredo el morlaco apretaba sin llegar a la cornada y pasaba de largo. Este personaje del pasmo casi ridículo, subido a un pedestal y ataviado con trapos de otra época quedaba inmóvil en mitad de la plaza mientras el morlaco buscaba dónde hacer sangre. Pero la bestia con hierro de la ganadería "manos arriba esto es una crisis" está vez no está de paso. Lleva años metiendo el cuerno por donde duele y aunque hace tiempo que tocó hueso insiste hasta el derrote de la peor de las cornadas: la del hambre. Viene al pelo la imagen de esa charlotada taurina para hablar de la mayoría silenciosa en la que Rajoy ve inquebrantables aliados de su cruzada: de la austeridad al cielo. También entre la vaporosidad informe de esa ciudadanía se  camuflan los tancredos de siempre. La asepsia ideológica suele ser un síntoma claro de una elección por omisión. Aquella reflexión sartriana de que no elegir no deja de ser una elección, pues no podemos dejar de ser libres, cala en la conciencia de muchos "ciudadanos" que no se meten en política porque para eso están los “otros”. Como en la película de Amenabar, lo peor no es estar muerto, es mucho peor no saberlo.  La dimensión del ciudadano como sujeto portador de derechos y dignidad en nuestros días se obtiene por legado de una lucha de generaciones pretéritas. Esta conquista en constante pugna como contrapeso del poder entre intereses de clase se termina perdiendo si no se valida cada día. Una lección  del tobogán de la historia. Y no es el hipo de la urna cada cuatro años, ese gran escrache democrático que va de puerta en puerta, la única forma de revalidar ese tesoro conquistado a base de sangre sudor y lágrimas por nuestros padres. El único reducto que le queda al ciudadano ante la traición de sus representantes y la pérdida de legitimidad en el mandato es el más genuino de los espacios públicos, el origen de todo posible consenso: la calle. Por esa razón el poder lo disputa con celo  criminalizando si es preciso en cada convocatoria de protesta popular.


Vemos alejarse la espalda de un gobierno, (conviene distinguir entre gobierno y poder) que huye de los intereses generales a los que dice servir y que solo muestra la jeta a través de una pantalla plana en una especie de versión cutre de HAL 9000 en 2001 Odisea del espacio de Kubrick. Como en la película, la voluntad de la máquina se vuelve contra el hombre hasta amenazar su existencia y no hay guapo que tire del cable y la desconecte. Con un programa electoral que ha quedado para envolver bocadillos de baratijo, un rostro ceceante y torpe que repite desde el otro lado del plasma que todo sacrifico es por nuestro bien, al más puro estilo de Despotismo desastrado versión chulo castigador que te suelta aquello de  quien bien te quiere te hará llorar. No puedo evitar traer a la letra aquello que nos decían nuestros mayores ante cualquier decisión o acto disparatado: “cuando seas mayor lo entenderás”. Somos pues, eternos menores de edad sin el suficiente juicio para entender los renglones torcidos de nuestros “representantes”. Apuesto que el viejo Job ya le hubiera hecho un corte de mangas a dios, al diablo se llame Rajoy o Rubalcaba ante tanta prueba de fe como las que tenemos arrostrar cada día.
Al final esa conciencia del distanciamiento tancrediano se convierte en ocasiones en una especie de prurito ante el que tienen que buscar justificaciones. Ya bastante tienen ellos, fatales, pacíficos y expectantes con soportar cabalmente a los hunos y a los otros como para echar más leña a este fuego lento en el la mayoría estamos pillando un bronce tono cabreo. No son pocas la oportunidades en las que el “tema” como un fantasma que recorre Europa sale a conversación tras el  primer buenos días.  
El que no está entregado a acariciar la lira en las alturas, está ocupado en achicar el barco de la vida que una vez tuvo y que ahora amenaza irse a pique. Hay otros que prefieren esperar el tranvía de la revolución para subirse en marcha. Los más viven una espacie de estado mental que  E. Fromm definiría como patología de la normalidad capitalista y un servidor llamaría: tú tampoco eras clase media.
Desde Aristóteles sabemos que si no haces frente a tu responsabilidad política vienen otros y la hacen por ti. Luego a reclamar al maestro armero por conducto legal. La “radicalidad” de la minoría que hoy grita por una restitución de la soberanía popular, esa entelequia que de seguir así acabará en mera arqueología del pacto constitucional, no es tanto un corrimiento a los extremos de los “antisistema”, como un vaciamiento de la escenografía de la realidad social que va de lo precario a lo ruinoso. Dicho de otra forma: se están llevando los muebles. Es como un efecto doppler de aquel modelo de convivencia que está pasando de largo dejándonos un amargo eco de lo que pudo ser mientras que los tancredos esperan pasmaos a que escampe. Como si el BCE lo dirigieran hombres del tiempo en vez de banqueros de copete y colmillo retorcido. La ofensiva de estos grandes señores tiraos al monte donde todo o casi todo huele a orégano por lo fácil de su paseo de latrocinio institucionalizado, cuenta además con la usurpación de un estado que se pone  al servicio de lo que Galeano ha expresado claramente: para que el dinero circule libremente hay que encarcelar a las personas.  La “indefensión aprendida” como una lluvia fina que cala desde la cuna hasta la tumba del Tancredo, moldea una “mentalidad sumisa” tal y como explicara Vicente Romano en su breve ensayo del mismo nombre. La política como un ejercicio de inteligencia social se pliega en favor de la religión por venir sus decisiones de un "más allá" y la economía se convierte en dogma que un cuerpo de sacerdotes canónicos se cuida de interpretar convenientemente. Lo único que nos resta es ir de romería en romería a pedirle a la virgen que nos lleve con ella lejos de este valle de miseria y paro.


Cuenta el mito que Zeus convertido en un toro blanco se echó a los lomos a la confiada Europa que era una moza de las de "toma pan y pringa". La raptó y la llevó al picadero que Zeus tenía en la isla de Creta. La pobre perdió su mocedad y quedó desgraciadita de por vida.

Pues eso, mis queridos tancredos, como dicen en mi pueblo: si te pilla el toro, jódete.


1 comentario:

  1. Es quizá, digo quizá, ese no-posicionamiento resultado de una especie de estado de shock, como si los tancredos inmóviles de hoy no pudieran ni pestañear porque la conmoción les paraliza. Sería para algunos algo parecido a un mal sueño que, de la misma forma sorpresiva en que apareció, volverá a desvanecerse un buen día si tienen la suficiente paciencia, esa que solicita el busto malparlante de plasma. Lo que ocurre en realidad es que no es ahora cuando están viviendo un mal sueño, sino antes, el estado onírico era el que veníamos transitando cuando 'todo iba bien'... y es ahora cuando al despertar se han caído los telones de la enorme farsa y se distingue diáfana la tremenda cornamenta con mantilla que nos aniquila...

    No pretendo justificarlo, sino comprenderlo en parte, porque puede que para algunos sea algo así, aunque en otros esa actitud es puro egoismo e hipocresía.

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